miércoles, 7 de noviembre de 2012

Ojos arrancados al paisaje. De Monterrey a Hualahuises Linares.

Hace más de un año que no viajábamos al sur de Nuevo León y ahora todo se siente más abandonado, como si una parte de la población se hubiera tenido que enterrar en vida o hubiera emigrado repentinamente.
Las luces que parpadeaban junto a la sierpe de la carretera desaparecieron casi en su totalidad. Todo está más oscuro y casi no se ve gente, por lo que desde el autobús se adivina un profundo silencio. No se trata sólo de menos pequeños negocios a la vera del camino sino de menos casas cerradas o abiertas, porque si los ojos son las ventanas del alma las casas junto a la carretera son los ojos del territorio, las miradas del paisaje. Aquí, como en otros tramos carreteros del Noreste, la recomendación es no viajar de noche, porque la última letra todavía se jacta que de noche las vías terrestres le pertenecen. De hecho, en los primeros años que se desplegaron las tropas del diccionario, se movían con visores nocturnos por las brechas del norte del Estado, en rápidos convoyes que circulaban con las luces apagadas. Desde el principio, la gente que los vio pasar pronto adivinó que aquellos hombres armados (que podían ver de noche), eran emisarios de mala muerte, aves de mal agüero.

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