A todo hombre o mujer que quisiera
residir en aquel poblado se le imponía como primera misión la de convertir en
jardín un pequeño terreno lleno de zarzas y ortigas. Y, aunque parezca mentira,
la mayoría de los candidatos a poeta fracasaban en esta prueba, pues, en su
ansia de ser grandes poetas, o consideraban una bajeza esa actividad, o tenían
las manos demasiado finas para extraer las ortigas, o incluso, en lo que se
refiere a la zarzas, no se les antojaban nada poéticas.
A pesar de todo, había quienes conseguían
sobrepasar la prueba. Así, con el tiempo, aquel poblado llegó a estar rodeado
de hermosos jardines.
Como paso sucesivo, a aquellos que
estaban llenos de esperanza por entrar en el reino de la poesía se les
entregaba una vieja rueca y una porción de lana. Primeramente, deberían
conseguir que aquella rueca girase con un eje perfecto, sin apenas hacer ruido.
Acto seguido, tenían que obtener hilo a partir de la lana; con el hilo había
que confeccionar una gran telaraña de varios colores.
Los que concluían el trabajo podían
quedarse a vivir en el poblado de los poetas. Allí les instruían en diferentes
materias, tales como las matemáticas o las ciencias de la naturaleza, así como
en el aprendizaje memorístico de poemas populares tradicionales; también estudiaban
algo de música. No se inlcluía la poesía culta, y menos la crítica poética,
hasta que transcurrían muchos años. Durante ese período también desempeñaban la
labor de copistas. Poesía, lo que se dice poesía, aquella que era digna de ser
reproducida por los copistas, no se comenzaba a escribir casi hasta la
ancianidad, y sólo por aquellos pocos que lograban hilar fino, ahora ya con la
rueca de las palabras."