Viajábamos
buscando músicos viejos, de esos que todavía andan en los ranchos y en los
pueblos pequeños, de esos que se fueron a la ciudad y nunca se adaptaron o
nunca se quisieron hacer famosos. De esos que viven de cuidar chivas y vacas
con la tambora, que tumban nopales, tunas y flores palma con el clarinete, que
talan árboles y colectan hierbas medicinales cantando a capela, que pasan de la
primera a la segunda voz como tán fácil cazan y pescan, que aran la tierra y
levantan la cosecha con el bajo sexto, que cuidan enjambres de abejas y astros
con el acordeón, que cruzan en un tololoche el Río bravo para trabajar “en lo
que caiga”.
Viajábamos, en parte, queriéndonos encontrar y en una casa nublada, llovida,
tocamos a la puerta para preguntar por el más viejo de los Prado, el músico
errante que llegó de Terán a Linares enseñando a tocar, cantar, y
arreglar instrumentos; a veces cambiaba un clarinete por un caballo e incluía
de coleada clases de música; otras, enseñaba a hacer alguna tambora, así como las
virtudes y defectos de los diversos cueros de animales en dicho artificio de ilusión: que si el de jabalí,
que si el de venadita, que si el de borrega, que si del de chivo; que no importa
cual cuero escojas para la tambora, siempre es bueno traerla forrada por abajo
con piel de coyote, porque la gente en los ranchos a veces quiere que las
fiestas duren días de más y eso no se vale, el músico debe descansar o hacer
otros quehaceres; tocar sobre el forro de piel de coyote altera la sangre de
los nativos, el orden de las cosas materiales: genera pleitos, muertos,
quebradera de espejos y botellas. Fin del mitote.
En fin, tocamos a la puerta y se asomó una anciana medio desconfiada y le preguntamos
por el más viejo de los hermanos Prado, el maestro, el casi leyenda, el músico. La vieja nos escuchó, que queríamos entrevistarlo, grabar alguna de sus
melodías, hacer un libro, etc. Cuando terminamos de explicar nuestros motivos la mujer simplemente dijo “Él ya no toca en este mundo”.
Nosotros nos
miramos sin comprender, debió ser una sorpresa y duda muy grande para ella porque la
vieja esposa del filarmónico nos cerró la puerta. Y nos dejó solos,
entre la lluvia y las nubes del invierno, acá, en el otro mundo.
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