viernes, 30 de agosto de 2013

“Huele a Tierra mojada”: los caminos del Barro.

El espacio del origen. Historias de tierra y agua.
La creadora de estas piezas vive en un territorio lleno de memoria, mitos y poesía. Su comunidad pertenece a una constelación de ejidos situados al pie de la sierra madre oriental, caseríos que se esconden entre las luces de Montemorelos, Hualahuises y Linares y cielos repletos de estrellas, hogares que vibran entre el rumor del agua que serpentea de la montaña y los sonidos de vehículos que suben y bajan rumbo al altiplano o a la llanura costera del Golfo. Se trata de un espacio cruzado por caminos de cazadores y contrabandistas en el que lo mismo podemos toparnos con un puma o un oso que hallar cuevas con grabados      y tumbas prehistóricas. En un ejido vecino (Loma Alta) hace años escuchamos una historia sobre el origen del trabajo con barro. En esta se contaba de un indio que vio juntarse agua de lluvia, en las huellas de su padre; entonces, arrancó de la tierra mojada un molde del talón para llevarlo al fuego del hogar y, después de varios intentos, añadió cal y hierba, al lodo, elaborando así el primer plato o taza de barro. Este mito es sorprendente pero más sorprendente es que existan creadoras de objetos como los que apreciaremos en esta exposición.

Arqueología de la vida cotidiana. Cosas y gentes que se van.
La construcción de casas con paredes de lodo y la alfarería fueron comunes en algunas zonas de Nuevo León, sin embargo, el abandono de las comunidades rurales y los patrones de vida urbana han convertido a este tipo de actividades y objetos en arqueología viva. Nos dice la creadora de estas piezas: “Ya tengo años trabajando el barro, desde en vida de mis tíos. La tía que me crió hacía loza y yo le ayudaba a machucar yeso, luego me casé y con la suegra que me fui también hacía loza. Por eso toda mi vida he trabajado esto, el barro. Aunque aquí ya casi nadie lo trabaja, de mis hijas ninguna me siguió. Era nomás uno el que se estaba enseñando pero ya se fue de aquí, está en Monterrey; este que le digo comenzaba a hacer comales y cazuelitas, así, pero no, ya no”. Añade, sobre la posibilidad y experiencias de para trasmitir lo que sabe: “Y estuve trabajando en Linares, fui a dar un trabajo de esos (un taller) a unos niños pero no… No dieron señales de que se enseñaran, querían que yo les estuviera haciendo todo lo que ellos querían hacer. Pero no, la gracia es que ellos se enseñen; no yo hacerles las cosas. La tarea es que ellos se estén fijando como uno trabaja y aprendan.”

Saberes tradicionales y ritmos cósmicos, de la naturaleza.
Nuestra región es rica en saberes y prácticas tradicionales a punto de extinguirse, algunos de estos conocimientos y oficios entrelazan la vida cotidiana con el ritmo de los astros, de la tierra, del viento, del agua y del fuego. Esto es evidente cuando doña Eustolia confiesa que, el material base para sus piezas, debe de sacarse durante la luna maciza (llena): “Y mi esposo se acabó y aquí me dejó y aquí estoy, haciendo cosas de barro. Una vez fueron conmigo unos que se querían enseñar a trabajar esto pero ya nunca volvieron, y para acabarla de arruinar fuimos en la luna tierna (el cuarte creciente), porque esto tiene su chiste también. En la luna tierna fuimos y qué cree, que yo como quiera batí ese barro junto con otro que ya tenía (recogido durante la luna llena), pero de todas formas se me quebraba lo que quería hacer. Por eso se necesita que esté la luna maciza para arrimar el barro. Otra vez también fui con mi hija pero trajimos poquito lodo porque no servía la luna, y ahorita ahí tengo un poco pero lo fui a traer con la luna maciza.” Sin embargo, los elementos naturales que se utilizan también pueden generar o acentuar problemas de salud: “Aunque la verdad yo ya no quiero hacer más cosas de barro porque –fíjese- que ya mi vista me está fallando mucho, me está fallando mucho la vista pero es por eso, por tanta lumbre; sí, por la lumbre…”

Materiales y sistema de los objetos. Valor de uso y valor de cambio, herencias.
La producción de estos objetos es laboriosa, implica desde el conocimiento de bancos de tierra adecuados y su extracción, hasta pruebas básicas de resistencia de materiales: “El barro lo traigo del río pa arriba y luego subo una loma, lo sacó de la tierra, no lo compro. Y el yeso lo traigo de aquí de la lomita está de ahí… Allí hay. Batallo porque no tengo un animalito en que traerlo, un burro, es con lo que yo batallo. Y luego ya que hago las piezas las coso, ahí en la lumbre del comal, donde pongo la lumbre ahí las coso. Se tardan en cocerse –más o menos- media hora. El juego lo vendo en doscientos pesos. Es barato fíjese porque cuando quedan crudos o recosidos se desmoronan. Tienen que tener un solo punto. Y hay veces que me quedan pintitos pero es por los leños que se quedan pegados. A veces son más los que tira uno que los que se aprovechan.” Los objetos elaborados por doña Eustolia incluyen recipientes para el agua, platos, comales, gallinas, pájaros, alcancías; prácticamente, una metáfora y síntesis de la vida campirana: objetos para beber, comer, criar y ahorrar, para el día a día: “Hago lo que me encarguen: comales, tinajas, jarros, porrones. Vendo donde quiera que me encargan. Le llevo a mis hijas y gentes que me conocen, les llevó sus regalitos y ya como quiera no falta que me regalen ellos”. Incluso, la creadora concibe sus objetos como una especie de herencia y patrimonio para sus descendientes: “Ahora estoy haciendo estos juegos para mis trece hijos e hijas, para dejarles un recuerdo mañana o pasado que yo me acabe. Les voy a dar un juego de figuras a cada uno”.

Iconografía elemental. Formas y figuras.

Sus obras son de diversos tamaños, con manchas y escurrimientos que se tranforman en parte de su atractivo rústico, de su estilo. No obstante la sencillez de sus aves, uno advierte poses y gestos en las mismas, acabados en forma de crestas y detalles como los picos y los ojos pintados (incluso agujerados), así como la recurrencia de puntos y líneas para decorar el pecho, las alas y la cola; es decir, para representar el plumaje. Esta icnonografía pintada con chapopote incluye círculos concéntricos básicos en los ojos y la cola. Asimismo, destaca el volumen del cuerpo casi circular de sus gallinas: “Las cosas que hago las pinto con chapopote para que tengan figuritas. El chapopote lo consigo del que echan en las carreteras, allí hay mucho”. En algunos casos, puede aparecer la representación de algo simple que remite a un sistema complejo; por ejemplo, en cierta ocasión elaboró un recipiente para el agua decorado con plantas de maíz cuya tapa tenía forma de cabeza de caballo; es decir, agricultura y ganadería representadas simbólicamente en un contenedor del vital líquido. En la simplicidad de sus formas y símbolos las piezas de esta exposición guardan las huellas básicas de los elementos y de la humanidad, porque modelar barro es una actividad primordial, mezclar tierra y agua conserva el prestigio de los orígenes; de hecho, en muchas tradiciones los seres de barro y la creación con el material son ensayos elementales para el surgimiento de la vida.

Nydia Cristina Prieto Chávez y Cristóbal López Carrera, textos de la exposición: "Las gallinas de doña Eustolia", actualmente en el Museo de Culturas Populares.

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