El
espacio del origen. Historias de tierra y agua.
La creadora de estas piezas vive en
un territorio lleno de memoria, mitos y poesía. Su comunidad pertenece a una
constelación de ejidos situados al pie de la sierra madre oriental, caseríos que
se esconden entre las luces de Montemorelos, Hualahuises y Linares y cielos repletos
de estrellas, hogares que vibran entre el rumor del agua que serpentea de la
montaña y los sonidos de vehículos que suben y bajan rumbo al altiplano o a la llanura
costera del Golfo. Se trata de un espacio cruzado por caminos de cazadores y
contrabandistas en el que lo mismo podemos toparnos con un puma o un oso que hallar
cuevas con grabados y tumbas
prehistóricas. En un ejido vecino (Loma Alta) hace años escuchamos una historia
sobre el origen del trabajo con barro. En esta se contaba de un indio que vio
juntarse agua de lluvia, en las huellas de su padre; entonces, arrancó de la
tierra mojada un molde del talón para llevarlo al fuego del hogar y, después de
varios intentos, añadió cal y hierba, al lodo, elaborando así el primer plato o
taza de barro. Este mito es sorprendente pero más sorprendente es que existan
creadoras de objetos como los que apreciaremos en esta exposición.
Arqueología de
la vida cotidiana. Cosas y gentes que se van.
La construcción de casas con paredes
de lodo y la alfarería fueron comunes en algunas zonas de Nuevo León, sin
embargo, el abandono de las comunidades rurales y los patrones de vida urbana
han convertido a este tipo de actividades y objetos en arqueología viva. Nos
dice la creadora de estas piezas: “Ya tengo años trabajando el barro, desde en
vida de mis tíos. La tía que me crió hacía loza y yo le ayudaba a machucar
yeso, luego me casé y con la suegra que me fui también hacía loza. Por eso toda
mi vida he trabajado esto, el barro. Aunque aquí ya casi nadie lo trabaja, de
mis hijas ninguna me siguió. Era nomás uno el que se estaba enseñando pero ya
se fue de aquí, está en Monterrey; este que le digo comenzaba a hacer comales y
cazuelitas, así, pero no, ya no”. Añade, sobre la posibilidad y experiencias de
para trasmitir lo que sabe: “Y estuve trabajando en Linares, fui a dar un
trabajo de esos (un taller) a unos niños pero no… No dieron señales de que se
enseñaran, querían que yo les estuviera haciendo todo lo que ellos querían
hacer. Pero no, la gracia es que ellos se enseñen; no yo hacerles las cosas. La
tarea es que ellos se estén fijando como uno trabaja y aprendan.”
Saberes
tradicionales y ritmos cósmicos, de la naturaleza.
Nuestra región es rica en saberes y
prácticas tradicionales a punto de extinguirse, algunos de estos conocimientos
y oficios entrelazan la vida cotidiana con el ritmo de los astros, de la
tierra, del viento, del agua y del fuego. Esto es evidente cuando doña Eustolia
confiesa que, el material base para sus piezas, debe de sacarse durante la luna
maciza (llena): “Y mi esposo se acabó y aquí me dejó y aquí estoy, haciendo
cosas de barro. Una vez fueron conmigo unos que se querían enseñar a trabajar
esto pero ya nunca volvieron, y para acabarla de arruinar fuimos en la luna
tierna (el cuarte creciente), porque esto tiene su chiste también. En la luna
tierna fuimos y qué cree, que yo como quiera batí ese barro junto con otro que
ya tenía (recogido durante la luna llena), pero de todas formas se me quebraba
lo que quería hacer. Por eso se necesita que esté la luna maciza para arrimar el
barro. Otra vez también fui con mi hija pero trajimos poquito lodo porque no
servía la luna, y ahorita ahí tengo un poco pero lo fui a traer con la luna
maciza.” Sin embargo, los elementos naturales que se utilizan también pueden
generar o acentuar problemas de salud: “Aunque la verdad yo ya no quiero hacer
más cosas de barro porque –fíjese- que ya mi vista me está fallando mucho, me
está fallando mucho la vista pero es por eso, por tanta lumbre; sí, por la
lumbre…”
Materiales y
sistema de los objetos. Valor de uso y valor de cambio, herencias.
La producción de estos objetos es
laboriosa, implica desde el conocimiento de bancos de tierra adecuados y su
extracción, hasta pruebas básicas de resistencia de materiales: “El barro lo
traigo del río pa arriba y luego subo una loma, lo sacó de la tierra, no lo
compro. Y el yeso lo traigo de aquí de la lomita está de ahí… Allí hay. Batallo
porque no tengo un animalito en que traerlo, un burro, es con lo que yo
batallo. Y luego ya que hago las piezas las coso, ahí en la lumbre del comal,
donde pongo la lumbre ahí las coso. Se tardan en cocerse –más o menos- media
hora. El juego lo vendo en doscientos pesos. Es barato fíjese porque cuando
quedan crudos o recosidos se desmoronan. Tienen que tener un solo punto. Y hay
veces que me quedan pintitos pero es por los leños que se quedan pegados. A
veces son más los que tira uno que los que se aprovechan.” Los objetos elaborados
por doña Eustolia incluyen recipientes para el agua, platos, comales, gallinas,
pájaros, alcancías; prácticamente, una metáfora y síntesis de la vida
campirana: objetos para beber, comer, criar y ahorrar, para el día a día: “Hago
lo que me encarguen: comales, tinajas, jarros, porrones. Vendo donde quiera que
me encargan. Le llevo a mis hijas y gentes que me conocen, les llevó sus regalitos
y ya como quiera no falta que me regalen ellos”. Incluso, la creadora concibe
sus objetos como una especie de herencia y patrimonio para sus descendientes:
“Ahora estoy haciendo estos juegos para mis trece hijos e hijas, para dejarles
un recuerdo mañana o pasado que yo me acabe. Les voy a dar un juego de figuras
a cada uno”.
Iconografía
elemental. Formas y figuras.
Sus obras son de diversos tamaños, con manchas y
escurrimientos que se tranforman en parte de su atractivo rústico, de su
estilo. No obstante la sencillez de sus aves, uno advierte poses y gestos en
las mismas, acabados en forma de crestas y detalles como los picos y los ojos
pintados (incluso agujerados), así como la recurrencia de puntos y líneas para
decorar el pecho, las alas y la cola; es decir, para representar el plumaje.
Esta icnonografía pintada con chapopote incluye círculos concéntricos básicos
en los ojos y la cola. Asimismo, destaca el volumen del cuerpo casi circular de
sus gallinas: “Las cosas que hago las pinto con chapopote para que tengan
figuritas. El chapopote lo consigo del que echan en las carreteras, allí hay
mucho”. En algunos casos, puede aparecer la representación de algo simple que
remite a un sistema complejo; por ejemplo, en cierta ocasión elaboró un
recipiente para el agua decorado con plantas de maíz cuya tapa tenía forma de
cabeza de caballo; es decir, agricultura y ganadería representadas
simbólicamente en un contenedor del vital líquido. En la simplicidad de sus
formas y símbolos las piezas de esta exposición guardan las huellas básicas de
los elementos y de la humanidad, porque modelar barro es una actividad primordial,
mezclar tierra y agua conserva el prestigio de los orígenes; de hecho, en
muchas tradiciones los seres de barro y la creación con el material son ensayos
elementales para el surgimiento de la vida.
Nydia Cristina Prieto Chávez y Cristóbal López Carrera, textos de la exposición: "Las gallinas de doña Eustolia", actualmente en el Museo de Culturas Populares.
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