martes, 30 de abril de 2013

La rueka de la poesía, texto de Juan Cruz Igerabide.

"En un tiempo anterior a la conquista de la Sierra de Aralar por San Miguel Arcángel, anterior a la quema y destrucción del Monte Sagrado por dicho elemento, se dice que había un hermoso pueblecito llamado “Poblado de los Poetas”.

A todo hombre o mujer que quisiera residir en aquel poblado se le imponía como primera misión la de convertir en jardín un pequeño terreno lleno de zarzas y ortigas. Y, aunque parezca mentira, la mayoría de los candidatos a poeta fracasaban en esta prueba, pues, en su ansia de ser grandes poetas, o consideraban una bajeza esa actividad, o tenían las manos demasiado finas para extraer las ortigas, o incluso, en lo que se refiere a la zarzas, no se les antojaban nada poéticas.

A pesar de todo, había quienes conseguían sobrepasar la prueba. Así, con el tiempo, aquel poblado llegó a estar rodeado de hermosos jardines.

Como paso sucesivo, a aquellos que estaban llenos de esperanza por entrar en el reino de la poesía se les entregaba una vieja rueca y una porción de lana. Primeramente, deberían conseguir que aquella rueca girase con un eje perfecto, sin apenas hacer ruido. Acto seguido, tenían que obtener hilo a partir de la lana; con el hilo había que confeccionar una gran telaraña de varios colores.

Los que concluían el trabajo podían quedarse a vivir en el poblado de los poetas. Allí les instruían en diferentes materias, tales como las matemáticas o las ciencias de la naturaleza, así como en el aprendizaje memorístico de poemas populares tradicionales; también estudiaban algo de música. No se inlcluía la poesía culta, y menos la crítica poética, hasta que transcurrían muchos años. Durante ese período también desempeñaban la labor de copistas. Poesía, lo que se dice poesía, aquella que era digna de ser reproducida por los copistas, no se comenzaba a escribir casi hasta la ancianidad, y sólo por aquellos pocos que lograban hilar fino, ahora ya con la rueca de las palabras."

 

 

 

 

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